
Angelus suspensus. Ensayos sobre la paciencia de los ángeles (5)
Una imagen es a la vez silenciosa y elocuente.
Hay un cuadro de Paul Klee titulado «Angelus Novus». Walter Benjamin se refiere a él en la novena de sus tesis sobre el concepto de historia, interpretando el tema representado como el «ángel de la historia». La tesis de Benjamin, junto con el cuadro de Klee y el verso del poema de Gershom Scholem que sirve de lema para la tesis, forma una nueva configuración pictórica, el «ángel de la historia». En otros lugares, Benjamin utiliza el término «imagen dialéctica» para describir ciertas constelaciones históricas y culturales. En ellas, el espectador forma parte de la configuración. Para que tales imágenes surjan, se necesita un espectador que, en el momento de su creación, pueda «congelar» la imagen. En este momento, el espectador se apodera del tiempo y lo retiene. Lo que Benjamin llama «dialéctica en estasis» es la contemplación del «limbo sobre el abismo» que muestra la imagen.
Retomamos la reflexión de Walter Benjamin. Entramos en diálogo con su interpretación de la imagen. No buscamos un anclaje histórico, sino una presencia dialógica. Esta presencia se despliega no solo a través de nuestra consideración individual, sino que surge en la interacción entre nosotros como espectadores y la imagen.
No lo hacemos solo como espectadores individuales, diciendo «Veo una imagen dialéctica…» y «Muestra…». Más bien, nos involucramos recíprocamente en la observación. Esto da como resultado una nueva configuración. Y la realidad de nuestra observación es diferente de la de Klee o Walter Benjamin. Vemos la imagen que la otra persona nos muestra basándonos en su observación de la imagen. Este proceso deja claro que la mediación se produce no solo entre el observador y la imagen, sino también entre los propios observadores. Esta mediación crea un espacio en el que nuestras perspectivas convergen y liberan nuevas percepciones. Es precisamente en este limbo, en el que se disuelve la fijación en una sola interpretación, donde la imagen dialéctica revela su dinámica: nos invita no solo a decodificar significados, sino también a cuestionar nuestra relación con la historia y el presente.
Siempre resulta atractivo participar en la mediación como parte de una presentación performativa como un texto, como en el presente caso. Sin embargo, esto pone un límite a la comprensión y abre un nuevo proceso. Esto media la comprensión con la experiencia estética, establece un contacto emocional. Por ejemplo, un espectador que observa el texto de forma intencionada y conceptual puede reaccionar con enfado, con furia, cuando se enfrenta a un modo de observación que no se ajusta a su convención de diferenciación racional. Peor aún, uno que anula su legitimidad afirmada.
Como por ejemplo en el presente ensayo.
La provocación deliberada puede dar la impresión de que el escritor es superior al lector, especialmente cuando la hermenéutica crea más confusión que apertura. En tales casos, la dimensión performativa del texto devalúa al lector en lugar de desafiarlo y atraerlo a un diálogo productivo. La mediación dialógica pretendida se transforma en una relación jerárquica y la tensión abierta entre el texto y el lector en una barrera. Sin embargo, un manejo sutil y consciente de la irritación puede ampliar el espacio para procesos cognitivos compartidos. La escritura siempre es un acto de equilibrio entre la transmisión violenta y la mediación predominante.
Nos interesa lo que queda en el limbo entre nosotros en el proceso de escritura. Citando a Ernst Bloch: las posibilidades que surgen de la realidad de la imagen como su carga utópica (el dynamei on [potencialmente existente] y el kata to dynaton [según lo posible]), que están contenidas en el experimentum mundi [experimento del mundo]. O, citando a Giorgio Agamben: el tiempo-ahora posible en la realidad, la posibilidad como presencia, vividos juntos. Formas de vida en las que las relaciones entre Tú y Tú están mediadas: entre Vos y Vos. (El “voseo” en el español de la Argentina). Estos enfoques abren un espacio en el que la imagen y el espectador pueden liberar juntos el potencial del momento. La carga utópica que Ernst Bloch describe en el «experimentum mundi» no es un concepto abstracto para nosotros, sino una posibilidad tangible que se revela en el momento de la observación. Del mismo modo, el «Jetztzeit» (tiempo-ahora) de Agamben abre una presencia que supera el concepto estático de la imagen y la expande en un espacio de resonancia dinámica. Ambas perspectivas se entrelazan en la visión de la imagen al mostrar la conexión entre el pasado, el presente y un futuro abierto. Una carga utópica de este tipo encierra, por tanto, potenciales invisibles que solo se materializan en el diálogo, en la relación entre la imagen y el espectador.
También es importante encontrar una expresión para esas relaciones entre el espectador y la imagen en las que la imagen se convierte en un espejo de autorreflexión. Es precisamente en la interacción entre la observación y la reflexión donde se crea un espacio en el que se hace visible el límite entre la autorreflexión productiva y una huida narcisista hacia la máscara. Reconocemos este aspecto narcisista en nosotros mismos; negarlo sería intensificar el rasgo narcisista.
Un aspecto particular que hace que enmascararse sea atractivo para los narcisistas es la ganancia en placer y la necesidad de perfeccionar la máscara. Esto plantea la cuestión de cómo esta dinámica afecta a la percepción de las imágenes, especialmente en relación con la tensión dialéctica entre el ángel y el progreso. El placer de enmascararse es una característica típica de las personalidades narcisistas. Se presta especial atención a los factores que mantienen la estabilidad de la máscara: el capital de valor y la intensidad de la identificación. Estos dos elementos determinan en gran medida cuánto tiempo permanece estable una máscara y qué escenarios se producen cuando se rompe. Además, es interesante ver cómo se presenta «la catástrofe que amontona sin descanso ruina sobre ruina» (Walter Benjamin) cuando la máscara se rompe, y qué efecto tiene esto en los narcisistas.
Afrontar el narcisismo plantea la cuestión de si una consideración compartida puede desactivar este peligro transformando el «yo» de su perspectiva aislada en un «nosotros». Después de todo, el peligro de la autorreflexión, de la autorreflexión solipsista, es inherente a toda visualización de imágenes, especialmente a toda visualización dialéctica. También tiene la dinámica de las imágenes basculantes multistables, en las que la ambigüedad se pierde a través de la observación identificativa, definitoria y fija del rompecabezas de la imagen. Por ejemplo, cuando el ego del observador pierde su relación con la dualidad, y por tanto también con la alienación del otro, que una imagen efectúa. Los narcisistas son incapaces de cambiar en la observación compartida junto con el otro en el nosotros. Quizás por eso, desde Parménides, toda reflexión que sigue su filosofía denuncia la vacilación, lo femenino, el «mantenerse en suspenso» como una persistencia en lo indiferenciado, en lo indiferenciado, y lucha contra el proceso de mediación de lo diferenciado: Por eso los teóricos de sistemas consideran que la observación y el sistema están «coextensiva o circularmente entrelazados» (Peter Fuchs), mientras que los «fusion anadíticos» (Robert Krokowski) se interesan por lo que transmite la formación de «configuraciones elípticas».
Un mar de colores. Una bofetada sin rojo. Un aroma rojo. Mensaje angelical. Una imagen que calla y grita.
Dar resonancias de Vos a Vos margen significa el comienzo de un proceso de mediación. En este contexto, mediación es una palabra ambigua: su uso aquí puede y debe evocar diferentes significados. En este sentido, «mediación» no se utiliza deliberadamente como un término claramente definido, sino como una «palabra separadora en giros lingüísticos». Con ello se pretende mostrar (mediar) cómo la reflexión (como observación racional y cognitiva y distinción conceptual) está vinculada a la estética (como contacto sensual y mediación) en las representaciones performativas. El objetivo no es llegar a un concepto único de mediación, sino confrontar los conceptos que se forman necesariamente en el proceso de reflexión sobre los acontecimientos con las estructuras lingüísticas en las que tiene lugar o se desarrolla la mediación.
La disolución de los límites abre espacios de mediación en los que las contradicciones pueden entenderse no como conflictos, sino como posibilidades de síntesis. Los procesos de mediación producen mezclas, estados de mezcla, posiciones flotantes, fluctuaciones, resonancias, confusión, «inframince» (Duchamp) y apuntan a algo que se encuentra más allá de la forma sinestésica desde la perspectiva de un observador: Las formas sinestésicas denotan así la diferencia con las observaciones distintivas, porque disuelven y licuan la distinción conceptual —y también lingüística— de forma pictórica y lingüística a través de acciones. La mediación y la observación están relacionadas entre sí como la «mezcla» (symmeixis) y la distinción.
Desde la perspectiva del trabajo con distinciones y conceptos, el acto de mediación mencionado anteriormente aparece como una «mezcla» (symmeixis) de lo metafórico y lo conceptual, del movimiento del lenguaje y la distinción analítica teórica, es decir, como una actividad imaginativa, como una «symmeixis aisthaneos kai doxes» (trad., mezcla de percepción sensual y opinión opunto de vista), como una mezcla de percepción sensual y conceptualización (Platón, Sofistas, 264b). Esta observación de la mediación se ve perturbada en la representación performativa a través de la mediación de las observaciones, que pueden parecer «confusas», enredadas, a un observador atrapado en la lógica convencional de la distinción.
Pero desde un punto de vista diferente, en el que las formas híbridas se presentan como modos de mediación, la supuesta «confusión» aparece más bien como un evento de fusión en el que las condensaciones dan lugar a una tercera entidad. Por ejemplo, el Angelus Suspensus, donde el Ángel del Progreso suele enmascarar al Ángel de la Historia: el ángel del progreso encarna la ilusión lineal de crecimiento y mejora constantes, mientras que el ángel de la historia reconoce las fuerzas destructivas de esta ilusión en las ruinas del pasado. Sin embargo, el Angelus Suspensus disuelve los límites entre estas dos perspectivas. Espera en un estado de suspensión en el que no prevalece ni la ilusión optimista del progreso ni la melancólica retrospectiva de la historia. En su momento fijo, las aparentes contradicciones entre progreso y catástrofe están vinculadas a un espacio de potencial en el que pasado, presente y futuro se fusionan. Este limbo abre la posibilidad de reconocer los potenciales ocultos de la historia y abrir nuevos caminos más allá del enmascaramiento de la creencia en el progreso.
Una contemplación compartida de la imagen podría romper esta constricción narcisista transformando el Ego en un Nosotros. El Nosotros hace posible explorar la tensión dialéctica entre la autorreflexión y la resonancia sin permanecer dentro de los límites solipsistas del individuo. En la reflexión conjunta, la imagen se convierte no solo en un espejo, sino también en una ventana: nos muestra no solo quiénes somos, sino también en quiénes podemos convertirnos a través de los encuentros con el otro. La experiencia en la educación estética muestra que así es como se mantiene el proceso de mediación estética. Una percepción estética de tal evento es la experiencia de «casi entender», que se combina con un «pero no entender». Una experiencia similar a la de un reflejo incompletamente enfocado, en el que la concentración en lo fijo se ve perturbada por la percepción periférica (como un evento sociopedagógico bien pensado con personas afectadas por demencia, con tarareos, gritos, risas, gemidos o la mirada de una persona dirigida «a lo lejos» mientras presta atención). Esto es difícil de entender. Quizás tan difícil como una presentación performativa —o una representación artística o el arte en general— en la que, sin embargo (o quizás precisamente por eso), se transmite una experiencia estética que establece una verdad que se busca en el mundo de la comprensión racional. Las formas sinestésicas de ver imágenes no solo disuelven las fronteras, sino que también abren una nueva dimensión de mediación.
La dimensión descrita puede entenderse como un estado de suspensión en el que opuestos como el concepto y la sensualidad, la observación y la experiencia resuenan entre sí. La mediación se convierte así en un proceso activo que puede generar no solo confusión sino también claridad, una claridad que surge precisamente de la yuxtaposición de elementos aparentemente contradictorios. Entonces, ¿qué se transmite en el momento del ángel, del Angelus Suspensus?
Es una imagen silenciosa y, sin embargo, es un grito. Un ángel está allí, con alas que no vuelan, en la tormenta, y la llevan. Sus ojos, bien abiertos, ven los escombros que se amontonan ante él. La mirada permanece fija, como si ver pudiera redimir algo. Pero, ¿qué sucede cuando el ángel no solo ve, cuando su mirada habla? ¿Cuando se dirige a los escombros, insuflándoles vida con un «Vos»?
El cuadro Angelus Suspensus, en el que se transmiten el Angelus Novus y el Ángel de la Historia, es a la vez silencioso y estridente. Muestra un ángel en vuelo que no vuela. Muestra el movimiento en un punto muerto, un punto muerto en movimiento. En este momento, se transmiten el ojo y la mirada. La imagen cede espacio y espacializa el tiempo. El ángel está en relación con lo que ve y con lo que le concierne desde fuera. Todo lo exterior se revela en su rostro y en su figura. En la imagen del «Ángel de la Historia», se nos transmite (y, por tanto, se nos alinea con) lo que Benjamin transmite en la imagen del «Ángelus Novus» de Klee: al igual que Benjamin lee lo que se muestra en el rostro del Ángelus Novus, nosotros leemos lo que se muestra en la figura del «Ángel de la Historia» cuando el Ángelus Novus abre los ojos y la boca y extiende las alas. En este momento de inhalación y exhalación, el tiempo lineal del progreso es reemplazado por una presencia atemporal que lleva el momento mismo a un reino compartido de unión. En el acto de estar en movimiento, el gesto que nos muestra el ángel de la historia atestigua que hay un momento de respiración que no le quita el aliento al ángel en la tormenta. Cuando el estruendo del progreso se detiene de repente en la historia de las catástrofes, se establece un silencio que hace perceptible el aliento de la vida no vivida.
Esto ocurre en el momento en que el mensaje del ángel de la historia permanece en el limbo entre lo que ve el ojo del ángel y lo que atestigua su mirada. Entonces, ¿de qué momento estamos hablando? Ciertamente no del momento en que el ángel de la historia se aparece a los progresistas como un ángel del progreso. Ojos parlantes, miradas elocuentes… en el momento en que el ángel de la historia se transmite en la representación Angelus Suspensus, la cronología del progreso se suspende. Es una apocatástasis peculiar, una restauración que se levanta de las ruinas de la historia catastrófica cuando recapitula en el presente, en el momento del Angelus Suspensus, lo que está escrito en el rostro del ángel de la historia, y lo que la máscara del ángel del progreso busca ocultar:
Los espacios de resonancia entre Vos y Vos no son lugares fijos, sino procesos vivos impulsados por la voluntad de encuentro. El «Vos» no es un lugar de refugio. No es una isla en el embravecido río de la historia. Es la llamada que se vuelve hacia el fragmento, que llama a la astilla para que su silencio sea elocuente. Este «Vos» conecta los escombros con el aliento de la historia y abre espacios de resonancia en los que puede surgir algo nuevo. El «Vos» no es un susurro de consuelo; es un grito. Eleva lo fragmentado, no para curarlo, sino para darle una voz que busca una respuesta. Resonancia. El «Vos» como dirección revela la tensión de una nueva palabra.
¿Cómo suena el «Vos» en medio de la tormenta? Suena como un espacio yermo en el que los escombros comienzan a hablar. El «Vos» se convierte en una cuchilla que atraviesa las capas de la ilusión de que la historia es progreso. Llama a los testigos silenciosos de la catástrofe, para penetrar y hacer resonar el paisaje de escombros. Este «Vos» llama a lo enterrado y perdido a una proximidad que de otro modo permanecería inalcanzable.
«¿Sabes eso?», nos pregunta el ángel. ¿Sabes el momento en que la chispa surge de la fricción, no como fuego destructivo, sino como luz que surge de la vergüenza de las palabras? «Schamfilen», una palabra del lenguaje de los velerosque se teje como un hilo que nunca se sostiene. Es la fricción de las palabras la que raspa los bordes de los conceptos hasta que las franjas de significado se desvanecen.
El «Vos» es la deriva en la que se transmiten la proximidad y la distancia, el silencio y el grito, la inmersión y la retirada. Es el punto en el que los escombros se convierten en marcadores visuales y direccionales para el ojo que busca. El ángel no habla para encontrar respuestas, sino para enfrentarse a la pregunta. Sopla la tormenta, y el «Vos» sigue siendo el aliento que lleva el movimiento.
El «Vos» no es una promesa. Es un eco, un sonido permanente que no se silencia. Permanece en el limbo en el que la catástrofe habla y se entrega a la memoria. Así que el ángel se mantiene en pie, con las alas abiertas y los ojos bien abiertos. El «Vos», la llamada al paisaje de escombros y a la tormenta. Esta llamada se hace audible cuando los ojos hablan.
Es una prueba extraña a la que «Vos» y «Yo» podemos someternos en presencia de los ángeles: si el «Yo» es un «punto ciego» en el cuadro del ángel del progreso, entonces el «Vos» tiene la oportunidad de vislumbrar al ángel de la historia como un «Nosotros». Este «Nosotros» no es un colectivo estático, sino un momento fugaz de resonancia en el que las tensiones entre las perspectivas se hacen visibles. La resonancia aquí no significa vibración simpática, sino una tensión productiva que se desarrolla entre diferentes interpretaciones.
Si el «Yo» percibe la imagen del ángel del progreso como un escudo y protección contra la mirada que el ángel de la historia trae a la imagen, entonces esta resonancia no ocurre. La máscara del progreso, un concepto central en la crítica de Benjamin a la ideología del desarrollo lineal, oscurece las catástrofes que se acumulan en la historia. Esta máscara no solo se construye individualmente, sino también socialmente, como expresión del engaño que justifica las catástrofes como sacrificios necesarios en el camino hacia el futuro. Desde la perspectiva de Benjamin, este engaño debe entenderse no tanto psicológicamente como ideológicamente: un mito que debe romperse para revelar la verdad de la historia.
El proverbial momento del «ángelus suspensus», de ser mirado por igual y mirar a los ojos del otro, representa una ruptura en la cronología: un «ahora» que se nutre del pasado e impacta en el presente. A diferencia de una utopía continua, el «tiempo-ahora» en Benjamin es un momento mesiánico, una ruptura en la que la historia revela su potencial reprimido. No es un proceso lineal, sino un momento que reinterpreta la historia como un campo de batalla.
Este encuentro no es una recepción pasiva, sino un toma y daca entre «Vos» y «Vos». El «Vos» descrito aquí entra en el espacio del paisaje de escombros, no como consuelo, sino como una llamada que hace hablar a lo fragmentado. Este «Vos» es una especie de respuesta a la mirada del ángel, una voz que no se conforma con las ilusiones del progreso. Se dirige a los escombros, que en su fragmentación pueden contar una nueva historia cuando se ven desde la perspectiva del «presente».
Pero esta invitación tampoco está exenta de desafíos. El texto en sí, como cualquier representación performativa, corre el riesgo de excluir a los lectores por su hermetismo o ambigüedad. El propio estilo de Benjamin exige un esfuerzo intelectual, pero trata de evitar una pérdida de lectura. Sus textos invitan a los lectores a interpretar activamente en lugar de aceptar verdades prefabricadas. El «Angelus Suspensus» no debe entenderse en este contexto como un iconostasio hermético, sino como un impulso para cuestionar críticamente las máscaras del progreso y crear nuevos espacios de resonancia.
La máscara del progreso cae en cuanto la mirada del ángel se convierte en «Vos», y en esta dirección, una nueva historia puede comenzar en medio de la historia de la violencia, una historia que no establece el progreso, sino que también rompe, tensiones y potenciales del pasado en relación entre sí. En este encuentro radica la posibilidad no solo de mirar los escombros de la historia, sino de entenderla como un espacio de resonancia en el que el futuro se vuelve concebible en primer lugar.
Thomas Sojer
Robert Krokowski