Angelus suspensus. Ensayos sobre la paciencia de los ángeles (4)

Yo y tú
La vaca del molinero,
El burro del molinero, ese eres tu
Ese eres tu, pero no por mucho tiempo.
Dime primero, ¿cuándo serás yo?
Uno y dos, ya se fue,
El Yo se convierte en un lugar,
Y el tú se desvanece.
Canción de rima de la escuela del Narcisismo
Saliste de mi sueño,
Yo emergí del tuyo.
Morimos cuando uno
Se pierde por completo en el otro.
Johann Peter Hebel, Yo y tú
Tu escribes: “Nuestra mirada decía ‘Tú,’ pero ¿a quién, y hacia dónde? Estábamos frente al ‘Tú’ perdido, pero solo lo vimos escurrise. Ninguna forma clara, ninguna certeza. Y, sin embargo, incluso en la pérdida, el ‘Tú’ permanecía—como un eco que jamás se borraba del todo. Un fragmento que nos sostenía—escapando, pero reapareciendo en las huellas silenciosas de lo no dicho. No se fue, solo cambió. Nuestras palabras se aferraban a ello, incluso cuando alcanzaban el vacío.”
Tú hablas de un ‘Nosotros’ nacido de la ausencia del ‘Tú,’ de algo claro, algo accesible. Hablas de los que estaban unidos en ese ‘Nosotros,’ que ya no podían ver el ‘Tú,’ solo su desvanecimiento. Y lo que queda del ‘Tú’ para ese ‘Nosotros’ es un eco. Parece que aquellos que formaban parte del ‘Nosotros’ habían llamado ‘Tú,’ tal vez incluso gritado, en busca de algo que devolviera resonancia, un eco en respuesta. Y nos cuentas que acababa de suceder, pues el eco aún era audible, aunque lo que lo provocó ya se había desvanecido. Lo que despertó ese eco no había desaparecido del todo, seguía suspendido en el aire, mientras el espacio de resonancia se deshacía.
Tú llamas a ese eco un fragmento, algo que mantenía a los que estaban en el ‘Nosotros’ como si fuera lo que los conectaba, lo que los convertía en un ‘Nosotros’—el fragmento de un eco, el remanente de un llamado, la invocación del otro como ‘Tú.’ Ese eco se convierte, como lo describes, en una señal—parpadeante a veces, otras veces desapareciendo. Como si el eco del ‘Tú’ fuera algo que surge y se retira, no resuelto, sino que aparece y se escapa. Dices que esto sucedió en las “huellas silenciosas de lo no dicho.”
Tú escribes que lo no dicho le da a este eco del llamado ‘Tú’ un nuevo espacio de resonancia, transformándolo. Y escribes que eso mantuvo viva la palabra de aquellos unidos en el ‘Nosotros,’ aunque el ‘Tú’ se les había perdido. Pero el ‘Nosotros’ del que hablas no somos nosotros.
Quiero explicarte por qué, al leer tu relato de ese ‘Nosotros,’ que había perdido su ‘Tú,’ sentí que al menos uno de los ‘Tú’ en tu ‘Nosotros,’ al reducirse a su propio ‘Yo,’ provocó que la resonancia entre Yo y Tú—y entre Tú y Tú dentro del ‘Nosotros’—se disolviera, reduciéndose a una huella del eco del llamado ‘Tú.’ Cuando un ‘Tú’ es invocado solo por un ‘Yo’ para reflejarlo, para ser una simple superficie de sus demandas—cuando la llamada se hace solo para que el espejo se alinee y revele al ‘Yo,’ haciéndolo visible, audible, palpable, incluso danzable—entonces el ‘Nosotros’ se convierte, al menos para uno de los participantes, en una conexión entre ‘Yo’ y ‘Yo.’ Entonces es el ‘Yo’ el que toma el lugar del ‘Tú,’ utilizando el reflejo del ‘Tú’ como un espacio para afirmar su realidad. Porque ese ‘Tú’ debe, para el ‘Yo,’ ser también un ‘Yo,’ para que su reconocimiento tenga algún valor. Solus ipse—solo ‘Yo’ mismo.
Tú continúas: “No era un sostén firme, ni un agarre seguro, sino un juego de lenguaje que nos atraía, solo para escabullirse—algo que se escurría entre nuestros dedos cuando tratábamos de atraparlo. Este ‘Tú’ era un intento de captar lo inasible, siempre escapando. No podía ser atado, se desvanecía en las profundidades de su propio significado. Un nombre, siempre solo un intento. Y, sin embargo, cuando se pronunciaba ‘Tú,’ parecía fundirse con lo que buscábamos—un momento que señalaba más allá de las palabras. Un signo que nunca estaba completamente al alcance.”
Narcisismo, soledad del yo, vanidad—tantas palabras que tratan de explicar la transformación del ‘Tú’ en un espejo del ‘Yo.’ Pero lo que ocurre es la exclusión del Tú, la exclusión del extraño dentro de nosotros, así como del otro como extraño. Hablas de lo inasible que se escapa, del fracaso en nombrarlo—y de cómo el ‘Tú’ permanecía como un eco tenue de una resonancia que una vez le dio al ‘Nosotros’ algo más allá del lenguaje, más allá de las palabras. Tratas de captar esta relación en el ‘Nosotros,’ describiéndola a través de la figura de la elipse, como discutimos antes—explicando por qué la concentración del ‘Yo’ en sí mismo es algo completamente distinto al enfoque del ‘Nosotros’ en el otro como ‘Tú.’
Escribes: “La relación que se tendía entre nosotros no era un centro, ninguna fuerza estática, sino un movimiento entre los focos de la elipse. ‘Tú’ y ‘Yo’ se situaban en relación el uno con el otro, no por atracción central, sino como dos polos, renegociando constantemente la cercanía y la distancia en una constelación dinámica. La conexión no estaba en el centro, sino a través de la elipse abierta, pasando de un punto al otro.”
Si la relación en el ‘Nosotros’ que describes hubiera sido como la de ‘Tú’ y ‘Tú,’ cada uno en los focos de una elipse, con su centro vacío—sin lugar para el ‘Yo,’ solo un umbral entre ‘Tú’ y ‘Tú’—entonces quizá el ‘Tú’ no habría tenido que reducirse al simple eco de un llamado. La conexión mantenida por el espacio entre los ‘Tú,’ explorando las posibilidades de cercanía y distancia, habría sido una mediación entre Tú y Tú, no una fusión de Tú con Yo. El efecto de tal movimiento en un ‘Nosotros,’ que permitiera que el ‘Tú,’ a través de la alteración elíptica, mantuviera un espacio de apertura, podría haber disuelto la absorción egocéntrica de la resonancia entre Yo y Tú, Tú y Tú dentro del ‘Nosotros.’ El eco desvanecido del llamado ‘¡Tú!’ no habría sido el único sonido persistente en ese despliegue. Quizás, después de un abrazo así entre Tú y Tú, habría quedado un sonido en el umbral de su encuentro, manteniendo al ‘Nosotros’ en equilibrio entre Tú y Tú.
Escribes: “Llevábamos el ‘Tú’ en nuestro lenguaje como una cicatriz que no se desvanecía. Pero la herida no era el ‘Tú’ en sí, sino lo que despertaba en nosotros: el encuentro con lo perdido. Una herida atada en el ‘Nosotros.’ Era el entrelazamiento de palabra y presencia, revelando claramente que el ‘Tú’ era siempre solo un intento de contacto—un gesto que siempre se desvanecía al intentar tocar. El ‘Tú’ no formaba nada tangible. No era un recipiente que sostuviera con seguridad, sino algo que se deslizaba de nuestras manos, obligándonos a alcanzar, a fallar una y otra vez. Un signo que nos desafiaba. En nuestro encuentro, dejábamos huellas el uno en el otro, pero nunca completamente—una marca, un eco que jamás se convertía en una forma completa.”
Sí. Hablas de ese intento, desde el eco del llamado ‘Tú,’ de extraer un sonido que pudiera mostrar que, en la resonancia entre Tú y Tú, dentro del ‘Nosotros,’ podría encontrarse algo más que el espacio vacío donde un ‘Yo’ se había asentado.
Escribes: “El ‘Tú’ podía ser sofocante, demasiado cerca, una presencia abrumadora. Y, sin embargo, seguía siendo una palabra, un signo lanzado al mundo, sin certeza de que llegara. Se pronunciaba—lo queríamos completo, pero sabíamos que solo podía ser una aproximación, un intento de algo que siempre se alejaba. Y aun así, el ‘Tú’ era irreversible. Permanecía—no la palabra, sino lo que significaba: la huella del otro, que seguía viviendo en nosotros. Pero esa irreversibilidad estaba llena de dudas. ¿Había llegado verdaderamente a la persona? ¿Se le había hecho justicia? El ‘Tú’ llevaba esta ambivalencia—la pregunta de si el signo alguna vez podía abarcar verdaderamente lo que significaba.”
¿Sabían esto aquellos atados al ‘Nosotros’, como tú los describes? Si ocurrió tal como lo relatas, entonces aquellos unidos como ‘Yo’ y ‘Yo’ ya no podían mantener la suspensión entre Tú y Tú. Por eso lo captas con tanta precisión—esta configuración de un ‘Nosotros’ hecho de ‘Yo’ y ‘Yo’:
“El ‘Tú’ no podía ser contenido en palabras, y, sin embargo, solo a través de las palabras existíamos. Siempre era un gesto de lenguaje que señalaba hacia la verdad, hacia un silencio que ninguna palabra podía romper. Tal vez fue en este mismo fracaso de las palabras donde el ‘Tú’ vivía. Era la insuficiencia del lenguaje lo que nos recordaba que el signo nunca podía encarnar por completo lo que significaba. Y si se prometía plenitud, era solo como un intento imperfecto de sentir cercanía. El ‘Tú’ seguía siendo un punto en un camino hiperbólico, una fuerza en fuga que, en su desvanecimiento, revelaba la esencia de este encuentro imposible con el punto nulo. No era unidad, sino lucha constante, una resistencia, un filo. Las palabras siempre nos llevaban solo hasta el borde, nunca más allá. Era la imperfección lo que le daba al ‘Tú’ su filo, lo que permitía un nuevo comienzo, incluso cuando el fracaso era seguro. El espacio entre nosotros era un campo de costuras, un plano donde los enredos tocaban al otro, una compasión sin la total superación de la extrañeza. El ‘Tú’ era el otro, revelado, pero nunca completamente comprendido—una protesta contra nosotros, una huella que permanecía, siempre un fragmento.”
Oportunidades diminutas, tan delgadas como el aire, de pérdidas por fricción guardadas en los huecos, mientras pasen desapercibidas. Cada exposición, un instante que se presenta. Hurgando en puntos de vista que se desvanecen, en campos visuales consumidos. El destello de un ojo, el roce de un toque que impacta la mente. Un abrazo se siente como un baile. A veces, un intento de cruzar una línea, de traspasar un límite, un cambio de lugar, una exploración de umbrales, una transformación de la tierra de nadie en un territorio indeterminado viene acompañado de un dedo levantado: ¡TúTú!—como si fuera un juego de niños, una caminata en sueños. ¿Cuándo y cómo se convierten los reflejos en fuentes de resonancia?
Te detienes, me miras, y dices: Entre nosotros, nada más que un espacio en suspensión, un filo de luz y vacío, donde el eco del ‘Tú’ se apaga y renace. Los reflejos se convierten en fuentes de resonancia justo cuando abandonan su pretensión de solidez, cuando dejan de ser solo superficies lisas y, como una silueta, se vuelven translúcidos a la profundidad del entre. Un espacio sin centro, que no lo necesita—un lugar de devenir, presente en la ausencia, ausente en la presencia. El ‘Tú,’ permanece, un susurro rojo disolviéndose en el aire, girando, esparciéndose, redescubriéndose en el flotar de lo no dicho, tejido en la vestidura del aire. No sostenido, nunca fijo, siempre solo un suspiro que roza la mano y desaparece, un residuo rojo que sigue respirando después de la palabra. No centro, no fijación—solo permanece el flotar, el hablar desde el borde del mundo, el nunca-estar-aquí del ‘Tú.’ Cuando la elipse pierde sus focos, cuando el umbral deja de ser umbral, solo un paso hacia lo incierto, un espacio que no puede cerrarse. Entre nosotros, el tono rojo, en eco y resonancia, donde cercanía y distancia pierden significado, y todo, incluso lo no dicho, se sigue diciendo en el sonido fractal, cada vez más suave, hasta que ya no lo oímos. Porque se vuelve demasiado suave para nosotros. Y aún nos escucha para siempre. Porque se vuelve demasiado cercano para nosotros. Un ‘espacio actual,’ lo llamaste una vez—un lugar ni fijo ni cerrado, siempre en transición, un espacio donde el ‘Tú’ se despliega sin revelarse por completo. Donde el tono rojo permanece suave, tan delgado como un susurro, haciendo quebradiza la piel del lenguaje, agrietándola y haciéndola sangrar. No un lugar de límites, sino uno de permeabilidad dolorosa, no delimitado, sino goteando, marcando. Un espacio que te acoge y te suelta, donde ver y respirar son lo mismo, a la vez, un silencio que no se rompe. Y así permanece el ‘Tú’—desgarrado por el papel de lija, el tono rojo polvo en el viento, que no promete nada, no sostiene nada, solo queda en el momento. Su movimiento no es un objetivo, no es un sostén, solo un roce, un toque, dedos llenos de polvo, un no-perderse, atrapado en el movimiento que regresa del silencio y se retira. El flotar entre nosotros—el ‘Tú,’ el falso secreto, el residuo rojo que da un eco, que permanece, sin llegar a ser completo. La herida abierta que crece a través de la centración, y que solo sana al abrirse a lo posible, al soltar, al dar espacio. Un tono rojo que apunta al desierto, dejando el peso, no elevándose, sino expandiéndose, soltando, lo desconocido—un dejar ir para experimentar al otro. Un no-objeto que nunca se vuelve tangible, que encuentra su comienzo en su ruptura, en la colisión que nos separa, que nos une—un sentir que permanece, siempre un residuo, un ‘Tú,’ un ‘Tú’ roto, una obra fractal que se repite, que se multiplica, llevando el todo en cada fragmento, y, sin embargo, nunca se convierte en completo. Un ‘Tú’ que vive en la línea de fractura, dividiéndose y transformándose, siempre apareciendo en nuevos ángulos y reflejos—un juego de partes que no conoce la totalidad, un eco rojo en las fisuras de la fragmentación, que permanece. El ‘Tú’ no es identificación ni comprensión, sino la condición para la posibilidad de un entre, que lo deja emerger—un espacio que solo existe en la apertura, un umbral que se abre, un movimiento que nos permite habitar en la incertidumbre, permanecer en el fragmento que nunca quiere ser completo, para permitir que lo (im)posible vuelva a suceder.
Sí: el origen es el objetivo. Por eso es tan fascinante seguir las resonancias rojas entre Tú y Tú. Y la pregunta de qué tiene esto que ver con la paciencia de los ángeles y la imagen del Angelus Suspensus se responde muy fácilmente: porque el ‘Nosotros’ trata sobre la diferencia entre la realidad del Yo y la realización del Tú. Incluso el ‘Nosotros’ en suspensión está al borde de saltar. El “tono rojo” convierte el acorde suspendido en una “frontera” musical, como una Colgada en la danza.
Tom Sojer
Robert Krokowski